viernes, 15 de septiembre de 2017

La tripa crece (semanas 9 a 12)

En este embarazo, como en los anteriores, he tenido mucha tripa desde el principio. Su origen no está, evidentemente, en el tamaño de los embriones, sino en el Síndrome de Hiperestimulación Ovárica (SHO) que sufro. Esta reacción de mi cuerpo ante la hormona del embarazo (HCG) hace que, durante toda la betaespera y la mayor parte del primer trimestre de embarazo, me vaya a la cama cada día con una tripa de unos cuatro o cinco meses.

En esta ocasión pasé la primera mitad de la betaespera, cuando mi cuerpo se encuentra bajo los efectos de la HCG sintética que lleva la inyección rompefolis, con una hinchazón moderada, que apenas me molestaba hasta la noche. La verdad es que, antes del tratamiento, estuve leyendo muchísimo sobre cómo minimizar el SHO, puesto que una de sus consecuencias es elevar la coagulación sanguínea, que es lo que me faltaba para hacer un pleno al quince. Así que, nada más pincharme la HCG, me puse manos a la obra con mi plan de choque, que incluía un par de tés rojos al día (el mejor diurético que conozco), bebidas isotónicas sin azúcar (este detalle es importante cuando se tiene SOP) como fuente de hidratación principal y una dieta rica en proteínas. 

Cualquiera que me lea pensará: "¿Pero no hacías eso en los otros tratamientos? ¿No es eso lo que hace todo el mundo?". Y yo tendré que confesar que no, que desde la segunda FIV mandé las bebidas isotónicas a freír monas y me pasé todas las precauciones contra el SHO por el arco del triunfo. Porque me parecían supercherías que ya no soportaba, porque no creía que tuvieran nada que ver con que los embriones se implantaran o se dejaran de implantar y porque, bueno, el SHO convierte tu cuerpo en un test de embarazo con patas. Y, para un privilegio que me otorgan mis achaques, quería disfrutarlo. 

Esta vez, sin embargo, cuando leyendo sobre trombofilias me encontré con el SHO como un agravante que, por sí mismo, ya recomendaba la administración de heparina... se me quitó la tontería. Así que volví a convertirme en una betaesperante responsable y puse todo de mi parte para no terminar de fastidiar una situación que ya estaba bastante fastidiada. Afortunadamente, puedo asegurar que mi plan de choque fue efectivo, pues, como digo, durante la primera mitad de la betaespera apenas me hinché. Aunque creo que haber tenido la coagulación más controlada gracias al combo adiro+heparina seguramente tuvo que algo que ver.

A pesar de mis precauciones, dos días después de la transferencia... ¡baboom! Mi tripa volvió a hincharse desde primera hora de la tarde y yo empecé a sospechar que dentro de mi cuerpo había una nueva fuente de HCG haciendo de las suyas. Tengo que decir que la hinchazón que provoca el SHO es muy característica, pues se nota especialmente a la altura del estómago, no en la parte baja del abdomen; casi casi parece que tienes la tripa al revés. Además, se pone bastante dura, con la piel tirante, y es molesta. Con esto quiero decir que se trata de una hinchazón muy diferente a la que provoca la progesterona, siempre en la parte baja del abdomen y muy similar al síndrome premenstrual. 

Y sí, tener señales de tu embarazo dos días después de la transferencia, mucho antes de que cualquier test pueda darte positivo, es una pasada (y me convierte en una persona odiosa, lo sé). Por eso estaba tan enganchada al SHO en las tres betaesperas anteriores que no quería minimizarlo, sino todo lo contrario. Y por eso la última betaespera fue tan tranquila: todavía no sabía cómo iba a desarrollarse el embarazo, pero tenía la confianza de que había empezado bien.

El caso es que, después del positivo y a medida que el embarazo avanzaba, empecé a pensar en hacerme las típicas fotos que muestran cómo crece la tripa semana a semana. El problema es que captar la tripa de embarazo sin las interferencias del SHO era muy complicado porque, según aumentaba la HCG, me iba hinchando durante más tiempo cada día, empezando tras el desayuno y llegando incluso a levantarme hinchada por la mañana. 

Al final, encontré una "ventana" de no-hinchazón justo después del pinchazo mañanero de heparina  (que relaja bastante la tripa) y el desayuno. Así fue cómo, con Alma todavía restregándose las legañas y yo a medio peinar, empezamos a hacer las fotos que documentan cómo crece nuestro pequeño "por fuera".

Aquí van las cuatro primeras :)




En mis sueños más luminosos, habría empezado a hacerme las fotografías de cuatro semanas. Pero la realidad es que el miedo a acabar fotografiando un aborto me hacía retrasarlo siempre "una semanita más". Lamentablemente, no se trata de un miedo infundado, sino basado en mis experiencias previas. No obstante, creo que merece la pena correr el riesgo, y aunque yo no lo hice esta vez, sí que tengo otras fotos, menos "posadas", de las primeras semanas de embarazo. Y me alegro por ello.

Pero también es verdad que, para ver cómo "crece" la tripa, no merece la pena empezar tan pronto, porque durante las primeras semanas no hay tripa ninguna. Es decir, que la tripa de las cuatro semanas (y de las cinco, y de las seis...) es prácticamente la misma que la de las nueve; al menos, en mi caso. Sí que creo que es bonito, como digo, hacer esas primeras fotos como recuerdo, por el gusto de saber que "ahí" había un bichito creciendo. Pero no porque se note nada.

De hecho, si yo me decidí finalmente a empezar de nueve semanas, fue porque la semana anterior empecé a notar "algo". Lo que noté una mañana (porque esto crece así, de un día para otro, es impresionante) fue una tirantez especial en el bajo vientre, y una especie de "masa" detrás de ella. Era algo prácticamente imperceptible para nadie que no fuera yo: de hecho, cuando se lo conté a Alma, la pobre hizo un acto de fe al creer que "ahí" había "algo" que no estaba la noche anterior. Pero yo notaba la tripa "dura", con un bulto que, aunque no sobresalía, sí podía sentir "detrás" de la piel.

Aun así, esperé a que nos dieran el alta en la clínica para decidirme a empezar con las fotos, casi casi con la sensación de "ir tarde" (aunque, como digo, ahora no me parece que sea así).

La tripa se mantuvo con esa "tirantez" durante tres semanas; pero, justo en la mañana del día que cumplía las once semanas, ¡pum!, volvió a pegar otro estirón. ¡Fue alucinante! Me había levantado corriendo para ir al baño, pero nada más ponerme de pie, sentí la tripa distinta. La toqué... ¡y ahí estaba! Esta vez sí que lo pude compartir con Alma, porque era muy evidente. ¡Qué alegría nos llevamos...!

Ver que la tripa empezaba a crecer, además, nos llenó de confianza para llegar a la ecografía de las doce semanas sin volvernos locas por el camino. Y para mí, personalmente, ha significado el inicio de un proceso de reconexión con mi cuerpo y de conexión con este embarazo. Una manera de sentir que todo va bien sin necesidad de pruebas "externas", de mediación científica o médica; simplemente mi cuerpo y el de mi bebé haciendo un milagro juntos.

Claro que, con el crecimiento de la tripa, también empiezan las incertidumbres: ¿qué tamaño es el normal? ¿hasta dónde va a llegar? ¿cómo me voy a sentir? ¿recuperaré mi cuerpo alguna vez? Por suerte, se trata meras incertidumbres, pequeños miedos de embarazada. Ya no son los terrores, los miedos paralizantes, de una abortadora recurrente.

Y eso es una gran diferencia :D

3 comentarios:

Luli Lulita dijo...

Ohhh, pero si se te nota un montón ya! Menudo estirón ha dado de la 11 a la 12! Madre mía! Yo con Renacuajo apenas me hice fotos de estas (también porque me enteré casi de 15 semanas), pero con Ranita, me las hice desde la semana 5 y es una pasada ver cómo va creciendo y creciendo! Un abrazo grande a las 3....no sé por qué, yo intuyo que el baby es nena!!! jajaj, seguro que me equivoco por osada!!!

Teacher Rocío dijo...

Pues yo estoy con Luli Lulita, es una niña!!! y que bonitas fotos. Yo no me hice ninguna y vuelta al arrepentimiento. Por cierto tenemos que hablar que tengo más cositas para las tres jaja

Remedios Morales dijo...

Bueno, bueno, apunto vuestra porra, ya os diré si habéis acertado ;)

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