domingo, 7 de enero de 2018

La tripa crece (semanas 21 a 24)


Atravesar el ecuador del embarazo significó para mí un cambio de perspectiva enorme. De pronto, ya no sentía que estuviese ascendiendo una montaña, sino que empezaba el descenso. Hasta las veinte semanas, todo había sido cuestión de sumar un día más, una semana más, un mes más. Ahora, por el contrario, entraba de lleno en el "tiempo de descuento".

Para alguien como yo, que he sufrido abortos de repetición, la diferencia es extraordinaria. Poco a poco se iban acercando las fechas en las que, si el embarazo finalizaba por cualquier motivo, nuestra pequeña podía sobrevivir. Con todas las dificultades que conlleva un nacimiento prematuro, por supuesto; pero, al menos, tendría una oportunidad. Esa oportunidad que no existió en ninguno de mis embarazos anteriores. 

Gracias a la tranquilidad que todo esto genera, esa tranquilidad que también llega, empecé a permitirme, por primera vez, empezar a "preparar" la llegada de nuestra hija. En nuestro caso, se trata de un proceso largo, que vamos completando paso a paso, a nuestro propio ritmo. Un ritmo que, para quienes nos rodean, resulta exasperantemente lento.

Desde que empezamos a dar la noticia del embarazo, cuando cumplimos las doce semanas y comprobamos que todo iba bien, una de las preguntas que con más insistencia nos han hecho es si ya habíamos comprado "cosas". Y la respuesta que dimos durante meses, por más decepcionante que fuera para nuestros interlocutores, es que no habíamos comprado nada.

Personalmente, durante bastante tiempo me molestó que no se tuvieran en cuenta todas las inseguridades que el embarazo nos generaba debido a nuestras experiencias. Es verdad que esta reacción era injusta para casi todo el mundo, pues muchas personas se enteraron de nuestro interés por ser madres mediante la noticia del embarazo, sin haber vivido todo lo anterior y sin poderse hacer una idea, incluso aunque se lo explicásemos resumidamente, de todo el dolor que habíamos sufrido. Pero también es cierto que buena parte de quienes sí nos habían acompañado en este camino pasaron página con una velocidad que a nosotras nos resultaba inalcanzable.

El miedo, sin embargo, no fue la única causa por la que no nos zambullimos de golpe en el "mundo bebé": según fuimos cogiendo confianza, nos dimos cuenta de que también nos creaba un rechazo muy profundo.

Como uno de mis miedo atávicos en este embarazo es sentir algún tipo de rechazo hacia mi bebé, lo primero que hice fue analizar cuál era la fuente de esa emoción tan primaria. Todavía recuerdo cuando fuimos a comprar el adaptador para el cinturón de seguridad del coche al hipermercado: según nos metimos en el pasillo de los carros, me invadió una sensación de repulsa tan fuerte que tuve que salir de allí inmediatamente, ante la amenaza de sufrir un ataque de ansiedad. Al final, claro, terminamos comprando el adaptador por Internet.

Admito que las "cosas de niños" se me han clavado como puñales durante muchos años, que no me he permitido disfrutarlas ni un segundo para no añadir más dolor a mi dolor, y también porque, de alguna manera, no me consideraba "digna" de ellas, al no ser capaz de formar mi propia familia.

Pero también es verdad que ese "mundo bebé" nos resulta repugnante, tanto a Alma como a mí, debido a la visión del mundo y los valores que comporta. Concretamente, rechazamos ese capitalismo atroz que nos inocula la idea de que, para cuidar "verdaderamente" de tu bebé, para "demostrar" que lo quieres, debes comprar una ingente cantidad de cosas para que "no le falte de nada".

"Comprar una ingente cantidad de cosas" no es un comportamiento que valoremos, todo lo contrario: no compramos una ingente cantidad de cosas para nuestra satisfacción individual, no compramos una ingente cantidad de cosas para demostrarnos nuestro amor, ni siquiera compramos una ingente cantidad de cosas para que nuestra casa resulte más cómoda, acogedora, o bien exponga nuestro "buen gusto". Nuestros valores son otros, y si actuásemos de otra manera con nuestra hija, los estaríamos pervirtiendo.

Una vez, hablando con una amiga sobre el tema, me preguntó: "Pero, si no quieres tener un hijo para comprarle cosas, ¿para qué quieres tener un hijo?". Alma dice que, seguramente, fue una broma; pero yo no lo tengo tan claro. A veces tengo la sensación de que los hijos son una especie de árbol de Navidad que debemos adornar poniéndoles un montón de cosas inútiles encima.

Así que, para mí, empezar a preparar la llegada de nuestra pequeña fue bastante duro: no solo tenía que superar los miedos que aún sentía, sino que me negaba a participar de esa "locura colectiva" que es el "mundo bebé".

Lo que hice fue ir seleccionando las "cosas" que sí consideraba acordes con mi estilo imaginario de crianza (lo llamo así porque todavía no he podido contrastarlo con la realidad, evidentemente) e informarme sobre ellas. Porque, sinceramente, el "mundo bebé" era para mí un completo desconocido que me está resultando muy complicado desentrañar.

Así pasamos un par de meses: investigando, aprendiendo, apuntando en una lista lo que creíamos que íbamos a necesitar y esquivando las preguntas de "¿Pero ya lo tenéis todo?" mediante la técnica del disco rayado ("No, no hemos comprado nada, todavía es demasiado pronto").

Ahora que ya estamos a punto de culminar el proceso, la verdad es que estoy muy contenta con nuestras decisiones: las compras se vuelven muy sencillas (y rápidas) cuando una finalmente sabe lo que quiere. Además, por el camino hemos aprendido que lo de tomar decisiones a ciegas es como pasear por un campo de minas, así que asumimos tranquilamente que habremos metido la pata en un montón de cosas y que ya habrá tiempo de solucionarlas.

Como le respondí a mi amiga cuando me preguntó aquello, lo que realmente me preocupa es la relación que vamos a crear con nuestra hija, que es para lo que más me estoy "preparando". Si tiene más o menos ropa, juguetes o accesorios me resulta absolutamente secundario, porque no, yo no he querido formar una familia para dedicarme a "comprar".

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