lunes, 30 de enero de 2017

Maternar

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Encontré por primera vez esta palabra en el blog de Amapola, a quien agradezco profundamente que me la haya descubierto :)

Reconozco que al principio no me gustaba. En mi mente se asociaba con "sustituir", con "conformarse". Hacer de madre con hijos que no eran tuyos para darte con un cantito en los dientes al no poder acceder por ti misma a la maternidad. Desahogar ese sentimiento amoroso, tristemente abocado a malgastarse, con niños que nunca serán tus hijos y que nunca te reconocerán como madre.

A pesar de que no me gustaba, no conseguía apartarla de mi mente. Revoloteaba junto a mis oídos y, a veces, se susurraba. La palabra "maternar" tenía algo que sí me gustaba, aunque tardé algún tiempo en descubrirlo.





Estoy firmemente convencida de que una solo puede ser madre de sus hijos. Me resulta impertinente la sugerencia de que, si no tienes hijos propios, igual puedes conformarte con el hijo de tu mejor amiga o con un sobrino. Si no tienes hijos, no los tienes. Y los otros niños no son ni serán nunca tus hijos.

El amor que guardas para tus hijos tiene un único destino y solo se realizará con ellos. Y si no los tienes, no se realizará. Punto.

Pero lo que poco a poco he ido descubriendo es que ese amor no es un amor aislado. Participa, como cualquier otro tipo de amor, de su esencia misma, del AMOR con mayúsculas. Ese amor que nunca sobra, ese que siempre hace falta, ese que todos necesitamos en cualquiera de sus vertientes y en todas ellas; y que tiene un papel imprescindible, además, en el fenómeno colectivo al que llamamos "crianza".

Porque los hijos no solo son criados por sus madres, por sus padres. Deben ser y son criados por toda la "tribu". Muchas personas juegan un rol activo en el proceso que los conducirá hasta la madurez, y en ese sentido, por ejemplo, quienes nos dedicamos a la Educación cumplimos un papel muy relevante.

Lo que finalmente he comprendido es que hace ya más de diez años que empecé a maternar, sobre todo, con mis alumnos. Pero no porque les enseñe a juntar letras, a contar historias; sino porque con ellos, que no son mis hijos, estoy aprendiendo a ser madre en su sentido más radical. Que no es otro que el de descubrir "eso" que todos compartimos, valorarlo en lo que es y, desde esa aceptación, ser capaz de acogerlo en ti misma, participar de ello en todas sus formas sin que ninguna te resulte ajena.

Mis alumnos me han enseñado a aceptar la humanidad que yace en cada uno de nosotros. Gracias a ellos he aprendido el significado más auténtico de palabras como "paciencia" o "perdón". Por ellos he pasado noches en vela y me he esforzado en escoger el menú cultural y humano que les pudiera resultar más nutritivo. Con ellos han evolucionado mis creencias, han profundizado mis valores. Ellos han moldeado una gran parte de lo que soy y yo he moldeado una pequeña parte de lo que son ellos.

Desde ese punto de vista, el amor de madre que albergo no se ha visto sustituido, no se ha conformado. Muy al contrario, ese amor concreto se ha enriquecido, vinculado con otras formas de amor, ampliado. He sido un poco madre de muchos jóvenes que no eran mis hijos y así es como me he convertido en la única madre que yo podría ser para mis hijos. 

He maternado y materno. Pero no solo con mis alumnos. Ellos han sido el trampolín que me ha permitido zambullirme en las aguas del cuidado de una infancia y una juventud que tanta tribu necesitan, que tantas personas maternando requieren. Gracias a ello, hoy soy una mujer adulta más consciente, más activa, más amorosa y maternal.

He maternado, materno y seguiré haciéndolo porque, además, he descubierto que me encanta. Me gusta más mi corazón ahora que es grande, ahora que no tiene miedo. Adoro vivir llena de confianza en los demás y en la vida, disfrutando de la humildad y del perdón más auténticos. 

Estoy convencida de que, si mi amor de madre no se hubiera encontrado tanto tiempo en suspenso, si se hubiera realizado antes de madurar lo suficiente, hoy sería un amor más miedoso, más mezquino y pequeño. Es posible, incluso, que sin la ayuda de tantos hijos que no son míos, no hubiera atesorado todo el coraje que necesito para convertirme en esa madre que la Vida quiere que sea, la única en que podría llegar a convertirme. Y tal vez entonces habría abandonado este camino, dejando que ese amor se malograse para siempre, seco y duro como una semilla incapaz de germinar

La palabra maternar se me ha llenado ahora de asociaciones positivas, de significados más plenos, más universales. De alegría y de confianza en la Vida. De armonía, de calma y de mucha, mucha energía.

La misma que necesito para seguir en este camino y que me aporta el privilegio de maternar a todos esos hijos que no son ni nunca serán míos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha emocionado mucho esta entrada, que corazón mas grande tienes!

Besos, Maria

Remedios Morales dijo...

¡Gracias, bonita! ;)

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